Carl Brashear llegó a la armada para cumplir el gran anhelo de su vida: servir en la marina. Sin embargo, sólo por el hecho de ser negro, Bashear fue relegado al cargo de cocinero. A nadie le importaba cuanto talento tuviese, de nada servía su coraje ni su destreza. Pero el pensamiento y la postura de los demás no pudieron con él. Porque su objetivo pesaba más que nada en el mundo. Porque lo merecía, después de haber pasado una vida llena de amarguras e injusticias.
¿Por qué lo deseas tanto?, le consultaron una vez. El marino respondió: «Porque me dijeron que no lo lograría».
En ese momento, los demás lo entendieron. Después de tantos años de malaria, de llantos, de sueños rotos y desilusiones, por fin llegó el momento de creer. Porque cuando nadie más confía en que se puede, uno mismo no puede abandonar la causa.
En Parque Patricios, probablemente, quede solo una vida. A lo largo del continente, ven una bandera brasileña que bajó del avión para conseguir una victoria y regresar. Pero hay un escudo que no puede resignarse. No debe. Porque hay que pensar en que ellos se jugaron todo hace dos días y viajaron agotados al encuentro de esta noche. Porque debe acordarse que, cuando la lona esperaba el último golpe de knockout, esquivó el gancho y siguió la lucha hasta terminar con las manos en alza. Y fue hace muy poquitito, cuestión de meses.
Entonces, esta noche, hay que hacer valer esa vida que todavía está latente. Porque no importa lo que aparentan los papeles, los pergaminos o los palmarés. Como diría el marino Brashear, «la historia la hacen aquellos que rompen las reglas».
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