Seis triunfos, doce empates y una docena de derrotas. Así se repartieron los 30 partidos de Huracán en un campeonato que terminó con un empate ante Belgrano y una sonrisa tan tranquilizadora como efímera. El Globo no pudo confirmar su permanencia en la Primera División del fútbol argentino hasta el minuto 41 del primer tiempo de la última fecha. En el análisis general, habrá que incluir dos copas internacionales y un título de un partido, pero incluso así será difícil justificar un torneo que tenía otro destino, uno mucho más oscuro, hasta el cambio de entrenador.
El retiro y la asunción de Eduardo Domínguez significó un remedio de doble efecto. Por un lado, la famosa descompresión que sobreviene a la salida de un director técnico al que los resultados lo abandonaron. Por el otro, lo que no siempre ocurre, una mutación en el juego, que se imprimió inmediatamente en los números. El renovado Huracán se hizo difícil de vencer, se fundamentó en una defensa sólida, mostró líneas y dientes apretados. A veces, además, mostró versatilidad en ataque. Volvieron los goles, las victorias y las alegrías. La excursión sudamericana se intercaló con los compromisos de la competencia de cabotaje y el combo completo se vendió como pan caliente.
Sin embargo, las monedas que se ahorraron después del saqueo sufrido en Mataderos no sumaron el peso suficiente para que la balanza se incline del todo. Hasta la jornada final, el Globo padeció un promedio escuálido, que tuvo groseras recaídas consecuentes de la preferencia por las copas. En la enésima chance de salvación que otorgó un campeonato más largo que atractivo, consiguió una igualdad ansiolítica contra el Pirata. El 1-1 con Belgrano fue clonazepam, alivió la tensión y evitó una reacción cercana al ataque de pánico. Pero el temor se reactivará la próxima temporada. Por supuesto, en el ínterin, Huracán tendrá un verano entero para curarse de la enfermedad en la que no debe caer nunca más.
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